La Moderna: medio siglo de una historia que es también la de un pueblo

El 1° de julio la tradicional panadería de Piamonte cumplió cincuenta años de actividad. Miguel y Bety repasaron el trabajo en conjunto a lo largo de todos estos años.
La Comuna de Piamonte los homenajeó por el 50° aniversario. Miguel y Bety junto a parte de su familia.

Sin dudas, una historia de cincuenta años en la que caben muchas otras: personas, instituciones, grupos de trabajo, anécdotas, crisis económicas, celebraciones. El 1° de julio de 1974 ─un lunes como lo fue en este 2024─ Miguel Bortolini y Bety Paolini abrieron las puertas de la panadería La Moderna y así las mantuvieron hasta hoy. 

Ese día en el que comenzaron con “el arte de amasar” sucedió un evento que involucró a todo el país: la muerte del presidente de la Nación Juan Domingo Perón. “El pueblo estaba revuelto”, rememoró Miguel, y continuó: “Me acuerdo que los dueños actuales de la Sede tuvieron que cerrar, a los empleados los mandaron a casa; nosotros no sabíamos si iba a haber pan, porque era algo que paralizaba al país. Y el martes no hicimos, no hubo, el miércoles me parece que sí”. 

Antes de ese 1° de julio, recordaron que venían conversando con el antiguo dueño de la panadería, Agustín Vietti. Les había manifestado que tenía la intención de dejar la panadería. “Creo que fue por enero o febrero, nosotros en marzo nos casamos. Y, de regreso del viaje de boda, nos enteramos que los tíos habían tramitado el negocio con este hombre para comprarla”. Es así que Miguel y Bety no sólo iniciaron una vida como pareja en aquel 1974, sino también una historia de trabajo en conjunto. 

Al principio fueron dos las familias que se hicieron cargo de La moderna: Miguel y Bety Bortolini y, Alberto y Edita Lirusso. Finalmente, a principios de los noventa, quedaron ellos como únicos dueños. “Nosotros teníamos la casa a dos cuadras y tuvimos suerte porque en el ‘75 nació Daniela, en el ‘77 Sergio, y al tener la suegra al lado, teníamos donde dejar a los chicos y, prácticamente, todos los días los atendía la abuela. Entonces era una forma que a nosotros nos aliviaba”, recordaron. 

Con el paso de los años, los productos se fueron perfeccionando, a través de cursos y capacitaciones. “Hacíamos los cursos en esta fábrica de Calsa, que son productos internacionales y, a su vez, íbamos a las exposiciones, en Rosario, Córdoba, San Francisco, Santa Fe, uno se fue asesorando para ver cómo era este mundo”, explicó Miguel.

La panadería se fue ampliando con la incorporación de empleados: “En el ‘89 el Pedro, que estaba justo de vacaciones, había cerrado la panadería que era de Ferrero. Entonces, tuvimos la suerte de incorporarlo y hoy ya cumple ─el 1 de mayo cumplió─ 35 años, eso es fundamental. Y han pasado otros chicos también, como Emi Vera, un muy buen empleado, varios años y los que están ahora”. 

Sin embargo, abrir las puertas de un negocio tiene sus dificultades y nunca le son ajenas las crisis económicas que se viven cíclicamente en nuestro país. El primer cimbronazo fue con el Rodrigazo. “Eso me quedó grabado”, expresó Miguel. Le siguió la inflación del 89: “Todos los días se movían los precios y hasta dos o tres veces por día, era algo exagerado”. Y, luego, el 2001: “Ahí fue que si no mandabas el cheque primero no te mandaban la harina. Hubo un momento que se atravesó ahí porque no existía la plata, existió el lecop, patacones, no sé, eran varias monedas. Un momento difícil, porque nos íbamos a reformar, siempre fuimos mejorando lo que era la panadería, el frente, despacho, la cuadra. Y no había dinero, no había harina, se debía”. 

Pero hay algo que Miguel y Bety resaltan una y otra vez: la voluntad. Una acción fundamental para atravesar cada uno de estos momentos y, sin dudas, de continuar con esta actividad que requiere sacrificio no solo por los horarios, sino también por las condiciones climáticas para ir a trabajar, los contratiempos con los cortes de luz, entre otras cosas que, muchas veces, obstaculizan la rutina habitual del panadero. 

Las producciones masivas pero artesanales de La Moderna

La panadería de Miguel y Bety también fue la encargada ─y todavía lo es─ de elaboraciones masivas de productos para colaborar con instituciones. Fueron incontables las veces que trabajaron para aportar a la comunidad pero, algunas de ellas se destacan. “Nos queda ese año y creo que fue una noche lluviosa cuando se inauguró el Hospital, estaba Silvestre Begnis, creo que uno de los últimos mandatos, hicimos tallarines para 500 personas y trabajamos en conjunto, con Ester Alberione y Francisco, ellos hacían la salsa. Y se cocinaba atrás de las canchas de bochas del club, eran al aire libre. Se largó a llover y no tenés idea, cuatro o cinco ollas hirviendo, así que pusimos chapas y lonas, pero se logró”. 

También recordaron los tallarines para los 100 años de la Escuela Primaria y para los 25 de la Escuela Secundaria. Para los aniversarios de instituciones, para las ventas en fechas especiales (Pascua y Navidad, por ejemplo), para las subcomisiones de los deportes del Club, para cientos de eventos y celebraciones en el pueblo. Ahí siempre están, presentes, las manos de Miguel y su equipo. 

Además, comenzaron a sumar producción para otras localidades de la zona, en el marco de eventos similares a los de Piamonte. Hoy, destacaron que quien organiza las fechas y la agenda es Sergio, su hijo. “Actualmente estamos casi una vez por mes, porque antes sabíamos hacer para dos o tres colegios, pero teníamos otra edad, y hoy queremos hacer lo más prolijo y lo mejor”, comentó Miguel. 

Budines y panettones, el mejor regalo piamontés 

La panadería La Moderna también trascendió a nivel provincial: cientos de budines y panettones llegaron a oficinas, mesas familiares y casas de las ciudades más importantes de la provincia como Rosario, Santa Fe o parte de Córdoba. Es que estos productos son la especialidad de Miguel, por lo que son el mejor regalo piamontés. 

“Como la semana pasada, que estuvo el Gobernador, después pasó toda la gente a buscar porque los conocían y parecía que estábamos en las Sierras vendiendo los alfajores, porque todos venían a buscar”, celebró Bety. “Nosotros a ese producto hace varios años que, normalmente, lo hacemos todas las semanas”, comentó Miguel, y continuó: “Tenemos un muy buen despacho porque, por ejemplo, viajan a hacer algún trámite y llevan un budín de obsequio”. 

“A la gente le llama la atención porque es algo artesanal: la materia prima, lo que se coloca ─los higos, frutas─ va a mano para que realmente quede el producto bien armadito”, detallaron, y destacaron: “Sin nada raro, como decimos siempre, sin caja, es algo tradicional”. 

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“Antes, atendíamos hasta el sábado al mediodía y los domingos tomábamos mate en casa. Y ahora no, estamos siempre acá adentro, trabajamos el sábado y el domingo. Yo creo que hace 20 años que no conozco el patio”, contó entre risas Miguel. 

Por eso, dicen que “las puertas de la panadería están siempre abiertas” y no es una exageración. En la cuadra, por su participación en las comisiones de fútbol mayor, Miguel organizó durante muchos años cenas o, de manera espontánea, alguna que otra reunión para conversar, recibir a alguien que necesita una mano o el almuerzo de los domingos en familia: “Se hizo parte de la familia la panadería”, contaron. 

Finalmente, Miguel y Bety dijeron emocionados: “Lo que pasó el lunes (1° de julio) fue algo que nos superó, el agradecimiento y ver a la gente que uno ha tratado y ha valorado a través de tantos años, eso nos dio un respaldo que es algo muy lindo y que lo vamos a llevar como en una foto a todos esos recuerdos”. 

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