Fue jugador de fútbol del Club Atlético Piamonte, dirigente, director técnico y precursor de la disciplina para niños y adolescentes en la localidad. Sus “compañeros de aventura” lo recordaron.

Cuando Coco trasciende el mundo terrenal y se encuentra con sus seres queridos, en el más allá, no hace más que revivir recuerdos. Y ese, justamente, es el punto central. La película nos muestra que, paradójicamente, una persona muere definitivamente, cuando los vivos se olvidan de ella en todo sentido: no hay más fotografías, no hay más anécdotas que contar.
Días atrás dejó este mundo terrenal, a sus 85 años, Américo Lanfranco. Una persona para honrar, no solo por su familia, sino por toda una comunidad a la que, sin dudas, le aportó muchísimo. Compromiso y pasión. Tras su muerte, resurgieron historias que merecen ser recordadas y contadas, para quienes no han tenido la oportunidad de ser sus contemporáneos.
A principios de la década del setenta, Américo se puso la camiseta del Club Atlético Piamonte no solo como deportista, sino también como dirigente. Integró las subcomisiones de fútbol y la Directiva de la institución. Pero, lo que más se destacó fue su invalorable aporte en lo que fueron los inicios del fútbol infanto-juvenil. “Durante varios años, se encargó de ‘juntar’ a un grupo de niños y adolescentes y bajo su dirección técnica y responsabilidad los llevaba a jugar”, comentó un ex jugador.

“Hacía un partido preliminar los domingos, antes que la Segunda división disputara su partido, del Torneo de la Liga San Martín. Con los equipos que aceptaban la invitación ─que eran la mayoría─ armaba un equipo con jugadores de 11, 12, 13 y 14 años”, agregó. Es así que jugaban de local o visitante, según el fixture de la Primera división del Club, alrededor de las 13 y hasta las 13:45 para, luego, darle lugar a los partidos puntuables. “Eran partidos amistosos, sin puntos en juego y con un árbitro que era, generalmente, un colaborador del Club que hacía las veces de local”, continuó el ex jugador.
“Recibió críticas porque los pibes empezaron a pensar en fútbol y a jugar en cuanto tiempo libre tenían, ¿qué era eso? ¿Y estudiar?”, recordó la madre de un niño de esa época, y agregó: “Tenía una interesante costumbre: consultaba con los ‘jugadores’ cómo ordenar el equipo”.
Marcar el camino y que sigan tus pasos
Si bien Américo dio el puntapié inicial, otras personas se sumaron al proyecto. Uno de ellos fue Miguel Torres, quien compartía la dupla técnica. La ferretería de Américo, en la esquina; la carnicería de “Miguelito” al lado. Y es en esa locación donde hacían asados comunitarios para los chicos que jugaban al fútbol.
“Una persona que pasaba casi inadvertida pero, que con su camioneta Ford color cremita y una ‘cúpula’ en la chata, nos llevaba a donde nos tocara jugar de visitante, a todo el plantel, incluido a Américo ─quien iba atrás con nosotros─, era Francisco Camusso, siempre acompañado por su esposa”, destacó el ex jugador.
El grupo que había conformado Américo estaba compuesto por niños y adolescentes: Fabián Nicola, Mario Güizzo, Carlos Alba, Daniel Allovero, Rubén Martini, Daniel Appendino, Javier Ellena, Diego Bolatti, Mario Alba, Fernando Gondard, Omar “You” Arrieta, Francisco “Queque” Machado, Héctor Sosa, Ariel “Coli” Castiglione y su propio hijo, Osvaldo Lanfranco.
Según lo que recordaron, Juan Allovero proveyó las camisetas “con rayas horizontales, como en el rugby, azul, roja y blanca, con el logo de Coca-Cola”. Todos los domingos, los pibes defendían esos colores, dirigidos por Américo en el banco y “Miguelito” en la mitad de la cancha, sobre el lateral opuesto “sentado en un banquito”.
“¡Y cómo jugábamos! Más de 30 partidos sin perder y disfrutando de correr atrás de una pelota, en lo que fue, seguramente, una etapa inolvidable para todos nosotros”, continuó relatando este ex jugador. “Nunca un reto, siempre el consejo sano y lleno de cariño: respeto, solidaridad, compañerismo, buenos modos, ganar y saber perder, todos valores que Américo junto a sus compañeros de aventura nos inculcaban”, reflexionó, y continuó: “Ni hablar de los consejos de cómo movernos adentro de una cancha, cómo pegarle a la pelota, cómo ejecutar una jugada”.
Por suerte, la fotografía fue una gran invención para que podamos guardar recuerdos estáticos. Y, a su vez, son la chispa que nos enciende la memoria y pone en movimiento las historias. Como en Coco, nuestros seres queridos ─y no solo se trata de la familia─ siempre vivirán si los traemos al presente, no solo con las anécdotas sino también con los gestos, la pasión, el compromiso y las actitudes que, seguramente, trascenderán muchas generaciones.
Agradecemos a la familia de Américo Lanfranco por las fotografías.