Con motivo del Día del Árbol, El Piamontés consultó al naturalista César Massi para reflexionar sobre la importancia del arbolado urbano en un contexto de emergencia por el cambio climático.

Cada 29 de agosto, desde 1901, Argentina celebra el Día del Árbol. La conmemoración fue propuesta entonces para celebrar la importancia de las plantas y hoy, mucho más que hace un siglo, se hace imprescindible promover su cuidado y concientizar sobre su función vital en el contexto de crisis climática.
Con esa fecha como disparador, El Piamontés dialogó con César Massi, un exinformático que se convirtió en especialista de plantas nativas. El naturalista, que abandonó una vida entre cables y computadoras gracias a los paseos junto a su perro y construyó desde cero un vivero para cultivar estas especies en Bigand, localidad del centro sur santafesino, planteó que en los pueblos “hay que tratar de construir una relación con el verde”.
“La gente, normalmente en los pueblos como los nuestros, tiene una idea de árbol que viene de una raigambre cultural de tener un arbolito podadito, más como un elemento decorativo que un elemento de relación con el verde urbano, con la naturaleza. Ni siquiera diría que es una cuestión de valoración de la sombra, porque es una idea vieja de que la sombra tiene que limitarse al espacio de la vereda frente a la casa y ahí se termina. El árbol que está enfrente de la puerta es una extensión de la propiedad privada, cuando en realidad no lo es, es espacio público. Entonces recorrés los pueblos como los nuestros -Bigand es una excepción- y encontrás los árboles mutilados en forma de mano, con las ramitas cortadas. La misma poda desastrosa todos los años, que además es una poda ilegal; la Provincia no tiene recursos ni personal para controlar todas estas cosas, pero si pasa un inspector y ve una poda de éstas y tiene ganas de informarla, el encargado de arbolado tendría un problema legal, porque no está permitida ese tipo de mutilación en el arbolado público”, introdujo Massi.
El especialista en flora nativa plantea que en primer lugar “hay que tratar de educar a dos puntas”, un poco desde el llano, desde la gente, y otro poco desde las administraciones. “La gestión es más complicada, porque ahí hay una demanda del vecino por estas cuestiones culturales que tienen una llegada muy fuerte. Entonces tenés al vecino quejándose todos los días en la comuna, que el árbol viene demasiado grande y le va a romper la casa y todas esas cosas. Y la comuna o los municipios hacen la más fácil, que es podar y romper todo para tratar de contentar esa demanda. Y por otro lado tenemos la ciudadanía, que somos muy poquitos realmente los que apreciamos y podemos entender la importancia del arbolado, y a veces se hace más de lo pasional y no tanto el entendimiento, a veces se genera como una doble confusión. Pero sin duda que la parte educativa es quizá una de las más importantes, después podemos hablar de qué arbolado queremos. Pero si vamos a plantar cualquier especie y cuando adquiera un volumen que ya empieza a hacer sombra útil va a pasar el de la comuna y lo va a terminar dejando como un candelabro, entonces la discusión no tiene mucho sentido”, detalló con entusiasmo pedagógico.
“Primero tenemos que hacer entender a la gente que necesitamos sombra, que las temperaturas van yendo a una especie de clima más chaqueño. Nosotros aún vivimos en el pastizal pampeano, pero vamos a lo chaqueño, sin duda, a veranos con 40 grados de temperatura cuando hay Niña. Y los que son Niño son los años en donde funcionan todas las políticas climáticas, porque ahí generalmente no hay problemas, excepto las inundaciones. Pero la gente tiene que entender que necesitamos cubrir no sólo la vereda, sino la calle con sombra, porque si no nos vamos a hornear, vamos a empezar a vivir adentro de un horno”, advirtió el naturalista que interviene activamente en debates sobre el ambiente.
Para Massi, primero hay que cumplir con esa etapa de concientización y recién ahí empezar a discutir sobre “qué arbolado se necesita, qué especies son buenas, cuáles son malas, qué especies andan” y cuáles no. “Pero sin esa parte es muy difícil, porque queda todo como un pequeño experimento. Si bien es valorable que por ahí venga alguna comuna o algún municipio y me pide a mí 10, 15 arbolitos para probar, no tenemos problemas en los primeros 15 años, porque es el tiempo que el arbolito llega adulto, cuando empieza el árbol adulto empiezan los temores, entonces si no hacemos esa parte, es muy difícil todo lo demás”, planteó.
Plantar (y cuidar) un árbol
Según el influencer de plantas nativas -como lo definieron en distintos medios- el mayor problema es el daño a la infraestructura urbana y en las viviendas, producto de la falta de previsión, pero también del tipo de arbolado: “Ahí entra un poco una cuestión de selección de especies. Por ejemplo, una especie común como el plátano: vas a encontrar un plátano plantado en una plaza sin cemento cerca y vas a ver que las raíces salen afuera de la tierra, y tiene una vocación de extender raíces indefinidamente. Además el plátano, en general, es una planta mutilada desde hace muchísimo tiempo, entonces es raro encontrar plátanos con la forma original de la planta, que es de un solo tronco, con copa redonda. Y tenemos todos esos plátanos que están formados tipo manito, que después dejan crecer mágicamente los tocones, y queda una bestia, y esa bestia necesita sostenerse de alguna forma. Pero hay arbolado que ya está, y al arbolado que ya está no lo puede sacar. Entonces, la comuna tiene que encontrar una forma de comunicar eso y sobre todo de no correrse del mantenimiento diario de las veredas, porque ahí es donde se genera la bronca del vecino y la interacción de este círculo vicioso de que el vecino se queja, la comuna mantiene peor el arbolado, el arbolado no cumple con sus beneficios o hace daño, y el vecino se queja, y bueno, estamos ahí adentro. Siempre agregando leña de fuego, y no yendo al mantenimiento que debería tener. Plantar árboles no es plantarlo y me olvido, me fui, hay que hacer un trabajo”.

“No es simplemente plantar y fijarse, sino que hay que meterle una onda al mantenimiento después. Porque cuando el Estado se corre del mantenimiento y empiezan los problemas, el vecino odia al árbol, no odia a la comuna que lo mantiene mal, odia al árbol y pide que se lo saquen porque tiene problemas, porque las hojas le tapan las cañería del techo o porque piensa que el árbol está muy grande y se va a caer. Todas cuestiones que derivan del mismo lugar, que es la mala planificación del arbolado urbano y la mala valoración del vecino por esas cuestiones. Entonces, hay un amplio trayecto para arrancar ahí: concientizar y sobre todo de trabajar bien el arbolado urbano. Y en nuestros pueblos es bastante sencillo, porque no hay problemas de veredas chicas o de edificios, hay que buscar un árbol que pase la altura de la casa, que de sombra a la calle y un poco al techo”, ejemplificó Massi.
Según el naturalista, todas estas cuestiones se mezclan con resultados negativos que se retroalimentan. “En general sale todo del mismo lugar, que es una falta de dimensión, una falta de reconocimiento de la importancia que tiene el arbolado. Durante mucho tiempo fue una cuestión puramente ornamental y estamos entrando en un momento donde si no tenemos árboles, se va a complicar. Ese es un cambio de enfoque, de tener el árbol porque quedaba lindo, porque daba algo de sombra -que el árbol en general era para la sombra del auto estacionado y la casa-, ahora hay que cubrir el cemento porque se calienta, y sobre todo el hormigón. Si llegás a tener calles de asfalto es peor todavía. Entonces, si vos no tenés un árbol que tape eso -como tenemos un Bigand, que los árboles se cruzan arriba y la calle queda completamente sombreada- y encima tenés calles anchas, estás al horno”, machacó.
Un pueblo no es una isla
En localidades pequeñas, rodeadas de áreas rurales, parece una preocupación menor, pero la realidad del cambio climático, sumada a las modificaciones productivas y del ambiente natural de esas mismas regiones, es una problemática que debe atenderse con urgencia. “Digamos que vivimos un par de grados abajo todavía, pero igual vivimos con más temperatura que hace diez años atrás. O sea, del proceso de temperatura ascendente no nos salvamos”, enfatizó Massi.
“Lo que sí tenemos es un poquito más de changüí, porque vivimos en un lugar con menos densidad de hormigón por habitante. Y dentro de todo corre aire, no estamos inmersos en el fenómeno de isla de calor, o no es tan notorio, no es definitorio. Entonces, vivimos todavía un panorama un poco mejor, pero nos da un par de años de ventaja. Cuando haya 40 grados de calor, la única diferencia que hay es que en Rosario hace 43 y en Bigand hace 39, pero no es que baja, que tenemos 30 grados acá porque vivimos en un pueblo. En algunos casos pueden hacer la diferencia y en otros es una situación similar”, explicó.
El activista, que se involucra en debates públicos de la agenda ambiental, ejemplificó con el contexto del episodio triple de La Niña: “En la triple Niña y sobre todo en 2022, fue el peor año en cuanto a picos de calor. Acá también tuvimos las nueve olas de calor que tuvieron Rosario y que tuvieron Buenos Aires. Y si vos caminabas por la calle, el tercio superior de todos los plátanos y de todos los tilos, estaba seco. Porque no hay agua en el perfil, el agua no llega hasta arriba de la copa, el árbol tiene que perder hojas para no morirse de sed; porque es como nosotros, si vos caminás con un buzo cuando hace 40 grados de calor, o te desnudás o te morís de golpe de calor. Con el árbol pasa exactamente igual. En ese momento las napas habían bajado de los diez metros de profundidad y el arbolado se empezó a morir. Y yo lo vi en Bigand, no sólo en Rosario. Entonces, no es que estamos tan distintos. Estamos un poquitito mejor en cuanto a la temperatura que percibe el humano, pero para la vegetación es similar”.
“Y sobre todo hay que tener en cuenta que el 90% del arbolado son especies que no están preparadas para este clima. Son especies de clima templado, o frío, como las especies que son norteamericanas, las especies que son europeas, que ni remotamente están preparadas para vivir la realidad chaqueña, entonces en el corto plazo se van a empezar a morir. Cada año como el 2022 se va a ir cargando un porcentaje del arbolado”, remarcó.
-Teniendo en cuenta esto que decís, ¿en qué tipos de árboles hay que ir pensando a partir de ahora?
Cuando uno se mete en el tema de la vegetación nativa y apenas arranca es bastante rígido. Uno empieza a ver la asociación de las plantas con el ambiente, con los polinizadores, con los bichos, con el suelo y cuando incorporás la variable climática, y sobre todo la crisis climática, y la ponés adentro de una ciudad donde todos los parámetros se van a la mierda (porque hoy para plantar una planta en el microcentro de Rosario, por ejemplo, la temperatura ambiente en un verano como el de 2022-2023 en una tarde jodida era 38 grados, ahora inmerso en esa ola de cemento, encima con las calles asfaltadas, una planta chiquitita que vos recién ponés, está aguantando en la vereda 50-55 grados de calor; es muy difícil hacer prosperar árboles ahí. Por eso, en general se largan a plantar mucho y sobrevive poco, porque es muy difícil que sobreviva la planta de esa manera. Si además vos no hacés el mismo esfuerzo que hacés para comprar los árboles, el esfuerzo después de sostener un riego prolongado durante un verano, que son tres o cuatro meses de temperaturas altas). Entonces, cuando vos metés todo eso dentro de la bola que tenés que tener en la cabeza para pensar un arbolado que resista, no es una cuestión fácil o no la va a ser, o va a ser cada vez más compleja. Ya no es fácil ahora, imaginate dentro de diez años, dentro de 20 años, cuando ya tengamos dos, tres, cuatro grados más de temperatura que hoy.

Y si vamos a vivir veranos chaqueños, empecemos a probar con especies chaqueñas. Sería lo más recomendable. Yo he estado dentro del Impenetrable o dentro del norte de la provincia, con 40 o 60 grados, y uno ve qué árbol aguanta, cuál no. Y con estrés hídrico y térmico algunas plantas tienen capacidad todavía de dar sombra, en entornos que son mucho más agrestes que una ciudad, donde la napa a lo mejor está a 30 o a 15 metros, y encima con agua de mala calidad. Entonces en ese proceso de imaginar otro arbolado y otras especies hay que ensayar y no todas van a servir, porque algunas, cuando uno las traslada a la ciudad, pueden andar, otras no. Hay que fijarse cómo se comporta a nivel raíces, que en general con estas especies no hay problemas porque están acostumbradas a ir para abajo a buscar agua, no como las especies de los humedales, que tienen raíces más superficiales porque encuentran agua ahí cerquita nada más (son el ceibo, el timbó, son todas plantas que enseguida hacen raíces para los costados, porque el agua es superficial, están en entornos donde llueve mucho y no tienen que buscar demasiado abajo). Por ejemplo, vos decís bueno, quiero plantar un árbol nativo en Rosario: tenés especies del humedal, y en una vereda a lo mejor no va, pero sí puede ir a lo mejor un viraró o un guayaibí, que son especies netamente del bosque chaqueño. Y eso es lo que valdría la pena ensayar, porque aparte 50 o 60 años atrás hubo profesionales que intentaron hacer esas cosas y el Parque Independencia de Rosario es literalmente un jardín botánico, donde están muchas estas especies, y cuando hace calor y uno anda por el centro viendo como un árbol está tirando todas las hojas, va al Parque Independencia y están verdes, porque son especies que están preparadas para soportar mejor temperatura. A lo mejor no es lo mismo en la calle o en la vereda, pero tenés una punta ahí, porque cuando uno ve un verano jodido el tilo anda mal, el plátano anda mal, los áceres se mueren. Entonces, si uno va al parque y ve que hay especies chaqueñas que las plantó alguien hace 60 o 70 años (que nunca pudimos saber quién fue, pero sería importante homenajear su memoria porque gracias a esa persona podemos ir a juntar semillas, podemos tener un ensayo gratis), metámosle con eso. De hecho el lapacho negro, que es una especie que existe naturalmente en el norte de la provincia, ya es una especie que se nota que tiene un toque más de rusticidad comparado con el jacarandá, por ejemplo, que es de las yungas y si bien está acostumbrado a una temporada seca, no está acostumbrado a tener mucha falta de agua con alta temperatura. Y uno va al monte chaqueño, va a Florencia, en el norte de la provincia, en una etapa que es muy agresiva para el clima y sin embargo están ahí florecidos, con poca agua. De hecho, esas plantas que vienen del ámbito chaqueño en general florecen desnudas, justamente por una economización de recursos, cuando está entrando la alta temperatura, las planta pierde las hojas para concentrar el trabajo en la floración y cuando fructifican recién ahí empiezan a refoliar. Entonces, ya hay una adaptación a aprovechar bien esos momentos para zafar la reproducción con el estrés térmico y el estrés hídrico que da un verano jodido. Bueno, metamos ahí, si se puede.
Lo que pasa es que para un municipio, para una pequeña comuna, salir a buscar al mercado ese tipo de especies es difícil y normalmente no las consiguen porque somos pocos los que las producimos. Porque a pesar de mi insistencia, la Provincia no se anima a armar un esquema de viveros provinciales estatales que sirvan para capacitar y que sirvan además para tener un buen volumen de árboles, para que alguna comuna aunque sea vaya a buscar 500, porque para una comuna la inversión en arbolado es costosa, la inversión para extraer árboles es costosa, la poda es costosa. Todo eso se hace muy difícil, no tenemos acceso a grandes recursos. Lo que sí se puede es hacer las cosas bien y cuando uno hace las cosas bien minimiza la poda, minimiza las extracciones y maximiza la sombra y minimiza la queja del vecino.
Entendiendo el arbolado como un servicio público y sobre todo con la importancia que tiene que tener teniendo en cuenta la crisis climática, deberíamos empezar a tratar mejor ese tema. Y el problema que tenemos es que, como el funcionario público no termina de dimensionar esa crisis y los efectos de esa crisis, entonces con el arbolado más que una oportunidad tenemos un problema. Porque además de la poda, la otra que hace quizás más daño o tanto daño como las extracciones y la permisividad con el vecino que se va a quejar, es cuando buscan plantar árboles chiquititos que no traigan problemas: el árbol chiquitito es un adorno, vos plantás un tridente en la puerta de tu casa y no va a pasar cinco metros de alto, no te va a dar sombra, no te va a causar ningún problema, pero en los días de calor te vas a morir. Entonces hay que tratar de mirarlo de una manera más integral y sobre todo a largo plazo, hay una falta de visión de largo plazo muy obvia en funcionarios, en las gestiones.
—Ese arbolado tiene sus costos, pero a la vez por otro lado se ahorran recursos del Estado, como en salud…
En consumo eléctrico. Yo siempre cuento lo mismo: la casa de mi padre está rodeada por plátanos y no tuvo aire acondicionado hasta hace tres años. Y vivía sin aire acondicionado, porque como es en una esquina y la casa está rodeada por plátanos, el cemento realmente pasa muy poco tiempo caliente, porque ya enseguida se empieza a enfriar. Y bueno, después por una cuestión de que se van poniendo grandes instalaron un aire acondicionado para tener un poco más de comodidad, en un momento donde ya este año seguramente lo van a prender bastante poco porque la luz pasó a tener otro costo, pero es un reflejo de cómo baja el consumo eléctrico cuando uno tiene una buena línea de arbolado. Y que al margen de eso, es algo relativamente sencillo de lograr porque básicamente no hay que hacer nada, hay que elegir bien la planta y después lo demás es una cuestión de una buena planificación urbana, de tener una buena ordenanza de veredas que evite que el vecino la impermeabilice -eso también garantiza una buena supervivencia del arbolado-, una buena elección de especies y no estar tan atrás de la poda (por ejemplo en mi pueblo, porque es muy costosa no se hace, entonces la sombra la tenés). Después pasa que se olvidaron de las veredas y tienen un montón de gente que va a la comuna todos los días para que le saquen el plátano del frente de su casa. Y empiezan a pasar esas cosas que no tienen que pasar, porque cuando esas cosas empiezan a pasar la gente odia el árbol grande y no hay solución sin árbol grande. Lamentablemente hoy, ya el árbol chiquito, el crespón, el tridente, el cerezo de jardín y esas especies que se plantaban antes para que no jodan, de adorno (tener un rosal, un cerezo de jardín en la puerta de tu casa era exactamente lo mismo, no tenía sombra; lo único lindo era verlo, que no es menor la cuestión cultural), pero hoy necesitamos priorizar la funcionalidad. Después, si es nativo mejor; si no es nativo es mejor que sea una especie resistente a las nuevas temperaturas y mientras eso pase hay que tratar de cuidar el arbolado existente porque es que te da sombra hoy; si vos lo sacás, no tenés sombra por 20, 30, 15, 10 años, depende de la especie que vos ponés, pero si vos sacás una planta de 80 años que tiene 15, 20 metros de alto, te faltan 80 años para que salga esa planta… Bueno, ahí tenemos una guía general, si uno hace eso y respeta y atiende al vecino antes de que el problema sea sacar el árbol, tenés un buen arbolado.
“Hay una obligación de cambiar en el campo, que no sé si la va a ver mi generación”

Desde un pueblo de menos de seis mil habitantes, en la zona agraria núcleo santafesina, Massi afirma que “la persona del campo está muy acostumbrada a descreer de todo lo que la obliga a cambiar la forma de producir”, y explica: “Hoy cuando el problema es el calor, que ya venimos de tres o cuatro años malos de cosecha (excepto este año, que fue un año particular donde justo nos salvamos porque llovió 400 milímetros de golpe, si no hubiese llovido esos 400 milímetros que no lograban rellenar napas, hoy estaríamos de vuelta a otra cosecha fallida más; o sea, hoy están pudiendo cosechar trigo, sin esa tormenta hoy estarían todos quebrados de vuelta), hay una obligación de cambiar, que no sé si la va a ver mi generación. Pero hay que empezar a gestionar de otra manera el agua, hay que empezar a trabajar con cortinas, sobre todo en las pequeñas chacras, si hoy uno tiene una chacra de cuatro o cinco hectáreas cerca del pueblo, que hoy es en el único lugar donde quedan esos pequeños campos, que son esas pequeñas quintas que había cerca de los pueblos y uno tiene una producción de huerta y demás, no sólo por las fumigaciones, sino por la cuestión del viento”.
“Hoy la producción tiene que estar obligada, sí o sí, a adaptarse al cambio climático. Las consecuencias son visibles: venimos de tres o cuatro años de cosecha durísima, tres años en que no se cosechó nada y si no hubiesen llovido los 400 milímetros de abril, hoy estaríamos de vuelta con problemas (porque acá en mi zona llovió en los últimos cinco meses apenas 20 o 30 milímetros). Entonces, con temperaturas crecientes, con el viento cada vez como factor más predominante, no hay otra forma de producir, y sobre todo para los pequeños productores que tienen chacras chicas, que empezar a incorporar el árbol en la ecuación. De hacer cortinas, de protegerse del viento, de ver cómo gestiona el agua, de trabajar con niveles, de sacarse la idea esa que había acá antes de abrir canales y sacarse el agua encima, porque ahí va a empezar a faltar”, enfatizó Massi.
El especialista puntualizó: “Sobre todo para la huerta, para los criaderos de animales, pollo… Hay feedlots que no tienen una planta para que las vacas tengan algo de sombra. Para el que hace una producción que no sea la producción agropecuaria tradicional (porque en un campo en cien hectáreas de soja es más difícil pensar en hacer cortinas) hay que empezar a diversificar, hay que empezar a cuidar el suelo sobre todo, que el suelo es la base de la pirámide, donde está la mayor cantidad de vida posible, de empezar a regenerar esos suelos que quedaron solamente como un sostén de la planta y no como una fuente que hace posible la vida arriba de la superficie”.
“Y en ese sentido los árboles, y sobre todo los buenos manejos agropecuarios, son esenciales. La rotación de cultivo, la incorporación de nuevo de los animales a la ecuación agropecuaria. Vivimos en una zona donde antes había chacra mixta, era la norma, donde todo el mundo tenía su vaca, su chancho, su oveja, y hoy son campos abandonados, sin alambrado, las taperas la pasaron por arriba con la topadora. Y bueno, el que conservó la costumbre de la chacra mixta, que conservó los animales, que conservó las instalaciones, en un futuro va a tener una chance de sobrevivir. Y los que tienen un suelo destrozado, realmente con la inclemencia climática la van a pasar cada vez peor. Y los que estén cerca de los pueblos, donde deberíamos focalizar todos los recursos posibles, las iniciativas posibles, para que eso se vuelva a re ruralizar, ahí hay que meter cortinas, hay que empezar a mirar los periurbanos, de encararlos en el medio de corredores biológicos, de hacer bordes de cultivo con flores, todo para que empecemos a poder producir de otra manera. Los años que sobre, los años Niño, donde a todos no va bien, hay que focalizarse en la cuestión hídrica, que el agua no haga desastres, pero en general son años buenos; tenemos un episodio que recarga napas, tenemos episodios donde a lo mejor hay alguna inundación, pero tiempo después, tenés las plantas creciendo a nivel de récord. El problema son los años Niña, donde falta el agua, falta todo, hay incendios, hay malos manejos; todo el mundo se desespera por intentar no caer en la volteada de la sequía y gastan fortuna en agroquímicos, gastan fortuna en fertilizantes y gastan fortuna en semillas. Y sin agua no se puede hacer nada, entonces hay una obligación ahí también de reconvertirse”, concluyó.