La conmemoración tiene una larga historia que comenzó en el siglo XIX.

El denominado día de las maestras y los maestros que se celebra en Argentina cada 11 de septiembre tiene una larga historia que comienza en el siglo XIX y continúa hasta nuestros días.
La jornada recuerda el día de la muerte de Domingo F. Sarmiento que se produjo en 1888 en Asunción del Paraguay. La conmemoración es parte de las efemérides oficiales, es decir que el Estado dispuso su celebración y tiene un papel importante en determinar el modo en que se festeja. Esta posee una particularidad en la historia de las efemérides nacionales porque se divide en dos etapas: una que va de 1888 hasta 1946, y otra que se abre en ese año y continúa hasta nuestros días.
Durante el primer período el día estuvo destinado principalmente a honrar a Sarmiento y no al conjunto de la profesión docente, mientras que los actos y recordaciones fueron gestionados y administrados por actores o instituciones estatales. Esto cambió en 1943, cuando en una conferencia de ministros de educación del continente americano realizada en la ciudad Panamá, se acordó designar la jornada como día del maestro. Se eligió la fecha también a propósito de Sarmiento, a quien se rescataba por ser “maestro de maestros”, y por haber “sido el primer director de la centenaria escuela normal de preceptores que abrió sus puertas en Santiago de Chile en 1842” (Primer Conferencia Inter-Americana de Ministros, 1944).
En Argentina esta disposición recién comenzó a regir efectivamente en 1946 por orden del Consejo Nacional de Educación. El cambio no se limitaba al nombre de la efeméride sino que se modificaba el sujeto celebrado: ya no era solo el día en que se homenajeaba a una figura de la patria sino también a un grupo profesional. La normativa implementada en 1946 habilitó nuevas formas de conmemorar la fecha; apropiarse de ella, ampliando además el universo de actores interesados.
Durante su larga historia la fecha fue escenario de actos muy diversos, y ha constituido un momento para reflexionar sobre el estado de la educación en el país. Es decir que el día ha servido como motivo para poner en el centro del debate público los problemas que aquejan al sector.
Al interior de las escuelas la conmemoración, centrada inicialmente en Sarmiento, llegó a principios del siglo XX cuando luego de varios años de espera se erigió en Buenos Aires un monumento en honor al prócer. Esta apertura fue un mojón en el proceso que fijó al 11 de septiembre como una efeméride patria y a Sarmiento como el prócer de la educación argentina. La realización de este recordatorio revelaba la voluntad estatal de incorporar a esta figura al panteón nacional y fue el puntapié para incluir el día a las conmemoraciones reglamentadas en el calendario escolar. A partir de allí las instituciones educativas fueron un espacio central de las celebraciones del 11 de septiembre. El monumento se materializó por una ley aprobada en el Congreso Nacional y suscitó encendidos debates acerca de su ubicación y aspecto. Finalmente, este fue emplazado en el Parque Tres de Febrero, donde todavía se encuentra, en tierras que habían pertenecido a Juan Manuel Rosas, el enemigo de Sarmiento, y por cuyo motivo se había exiliado. Este se colocó en el sitio exacto donde se encontraba la residencia de Rosas, que había sido dinamitada poco antes.
Hoy en día, sobre todo en lo que se refiere a las conmemoraciones oficiales, estas han perdido la relevancia que supieron tener en décadas previas, donde por ejemplo el presidente de la nación podía llegar a trasladarse a San Juan, ciudad natal del prócer, a presidirlas; o donde se realizaban grandes y solemnes actos en las ciudades. En las escuelas las ceremonias se han despojado del carácter acartonado de años anteriores y el homenaje a las maestras y maestros ha adquirido mayor relevancia que la recordación de Sarmiento.
Por Flavia Fiorucci (UNQ/Conicet). Asociación Argentina de Investigadores en Historia (AsaiH). Foto: Télam